En el oído del viento: tres poemas de Amparo Arróspide





Oigo llover en mí
envuelta en rostros entrevistos
cuando azules filosos rasguñaban los ocres
ayer es la palabra enmudecida.

Ha llegado de entonces
ha llegado de antaño de un hogar muy remoto
reverberan las notas de la lluvia
.   .    . en otra sala
.   .    . en el lugar inmóvil
de lo desaparecido

ese minuto en sangre suicidándose ahora.

*

la partición del fuego
.   .   . líneas trizadas por la mano del aire

en la verticalidad del instante
.     .   . correr por juego

desbocarse en imágenes especulares .   .   . tic tac tic tac
.   .    .  en el extravío se hallan
.   .    .  bajo el tacto de las medias

*

he venido de paseo con una sola palabra
varios días sin llover varias noches
bajo el tacto de las ropas o escarcha el almidón

.                  .                sin noticias del universo suyo

*

la solidez de lo ingrávido
el soliloquio de las piedras
un modo de saberse perdidos.

*

ensarta hélitros la luz
.    .   .  .se oculta

era hermoso esperarse en la respuesta inaudible
sin llover los días con sus noches

correr por juego
volverse bruma en el vitral o sangre de amapola

la solidez de lo ingrávido  .    .    .      . . tic tac tic tac

salta la luz de estrella a estrella

*

desplegándose en dunas hallarse
por un sistema de signos
laberinto sin trazas de retorno posible

.                .                   . .era un dejarse cautivar la espera
si en el hechizo de una voz permanece lo amado
buscarla hallándose en las huellas
de un sistema de signos
comprensibles al tacto

bajo las medias cálidas o cálices
.               .           .        .   Oh Segismunda rata introspectiva
saltar al mundo en fuga






¿Todos los poetas no pueden...

obtener un doctorado en sinestesia
por la universidad de Columba en Nueva York?

¿Trabajar de catedráticos de ciencias púnicas
trabajar de maestras jardineras, trabajar?

¿Cosechar medallones bajo la luna
costearse la tercera autoedición?

¿No pueden hurgar deconstruir fisgonear
construirse una casa sumergida
habitar un palacio de cristal, vivir del aire?

¿Reiterar una y otra vez lo no dicho
incitar preguntas de peso ético y estético
desarticular y fragmentar la realidad?

¿Traducir empáticos a prostitutas chinas del siglo XIV
recibir la escritura desde un vacío originario
anhelante y veloz?

¿Hipotecar palacio y casa sumergida
traficar estrellitas rebelarse?

¿Robar libros por pobres?¿Leer robados
a Samuel a Ezra a John
a Juana Inés a Alejandra a Gabriela
y a Joyce a Anne a Margaret
a Wallace a Edgard a Charles
a Arthur a Paul, Vladimir
a Marina a Dulce a Marosa?

¿Y a etcétera y etcétera y etcétera y etcétera?

¿No pueden
agregar más belleza a la belleza
y al horror, más horror?

¿Trazar mapas y rutas
de la ciudad invisible, futurista
que sus sueños predicen?

¿Acosar lo inapresable moverse
en seguimiento de lo fijo, el poema
como vehículo cerrado y concluso
para atesorar un presente sin detrás ni más allá?

¿No pueden desdoblarse transmutarse
no pueden extrañarse balbucearse
y enmudecer al fin?





El poema del río -cuerpo-tiempo
una limitación impuesta por las circunstancias
unas pocas monedas o visiones arrancadas a la oscuridad
mientras desfilan los geranios
locos y cuerdos de atar escarapelas
no hará falta desabotonarse los oídos
en la cima del álamo tal vez ruge la ardilla
y era solo en invierno la aparente crueldad
del piñón armándose un capullo entreabierto

De quién es el disfraz o en un reconocerse
de piel a aliento era hermoso era oscuro
besarse  en los rincones y ocultar el perfume
frente a la piedra locuaz en primavera
restañarse  los cálices heridos
nutrirse  en los estambres recomponer sombreros
resucitando  carne después del carnaval

Y esa canción sola se tenía en pie
y era el poema del río-cuerpo-tiempo
desavanzando desde la música funeral
el viaje a la semilla que plantamos
en alguna época olvidada por los espejos
de aviesas cenicientas parlanchinas

O fuese el elixir de eterna juventud
tras  siglos de intrahistoria y milenios de ausencia
hasta  encarnar al padre diríase argonautas
internaban  figuras o roles exquisitos
por un paralelepípedo de cuevas
por un nuevo astrolabio entre paréntesis
El espacio encadenado, el tiempo disminuido,
soltando el lastre si al final subíamos
soltando el lastre del discurso al cielo.






Amparo Arróspide
Filóloga y traductora nacida en Buenos Aires.

Ha publicado dos plaquettes (Alucinación en dos actos y algunos poemas; Pañuelos de usar y tirar) y los poemarios Presencia en el misterio (1966); Mosaicos bajo la hiedra (1991) y En el oído del viento (Baile del Sol, 2016). Colaboradora en antologías y revistas internacionales, como The Guardian Poster Poems, Linden Lane Magazine, Concrete, Cuadernos Hispanoamericanos, Voces Nuevas viii, Vasos Comunicantes, The Barcelona Review, Espéculo, Narrativas, Cuadernos del Matemático, Piedra del Molino, Nayagua, Alhucema, La Galla Ciencia, Sol Negro, Zurgai, Insólitos, Cuadernos de Bitácora Rascamán, Caja de Resistencia.

Coeditora de la revista digital Poetry Life and Times y del volumen en castellano de Phoenix Rising from the Ashes (2013).

Ha traducido a Margaret Atwood, James Stephens, Stevie Smith y al inglés con Robin Ouzman Hislop a Francisca Aguirre, Guadalupe Grande (La llave de niebla/Key of Mist), Luis Fores, Jose Antonio Pamies y Javier Díaz Gil, entre otros autores.

Participa en festivales poéticos, los últimos en “Transforming with Poetry” en Leeds y en el Centro de Poesía José Hierro de Madrid.

Pedro Montealegre (1975-2015) - in memoriam






La muerte no es un fénix, su pico atragantado con cenizas de pluma. No es un barquero por el río cenagoso a cambio de un denario. La muerte no significa morirse de amor, porque Pako Latorre no me nombra ni desmiente. La muerte no es un catálogo de húmeros y tibias, cráneos amontonados en la capilla medieval. La muerte no es una sextina romántica sobre dos enamorados que mojan el amanecer. Yo paso frente a la muerte de puntillas por su altar. La muerte es blanca pero con uñas negras. La muerte, el ying y el yang entre estrellas de cartón y flores de plastilina. La muerte no es una crucifixión. Nadie resucita de la muerte. La muerte hace nido en las cicatrices de los santos. La muerte desespera ante el gemir de un becerro. La muerte es otra santa de este convento, donde el mago que soy pasa con sigilo entre un mundo y otro. La muerte no tiene dientes, y mastica eternamente un bolo sin origen, como si fuera su lengua, pero que no es su lengua. Yo no puedo verla. Ella viene de vista. “Tengo la gracia”, le dije a la muerte, “de leerte por completo”. Ella nada dijo. Siguió masticando, su mirada a los lados, inspeccionando a los fantasmas para darles sitio. Yo le regalé un ramo de peonías, de las que crecen debajo del balcón donde moro. Lo agradece esquiva, diciéndome luego que “no somos nada, no somos nada”. Al decirlo, surgen cochinillos de tierra, nenúfares blancos con el centro amarillo, mariposas de parafina y cédulas de identidad hechas de goma arábiga. La muerte es buena pero yo soy malo, santo de carbón con medias de redecilla. “A ver ardes”, dice la muerte austera, y al decirlo la vida la mira desde el espacio, y cada estrella encierra un feto y una nueva canción.

Pedro Montealegre Latorre (1975-2015)
de «Retrocometa»

Czeslaw Milosz: sobre la poesía





La utilidad de la poesía está en recordarnos
que es difícil seguir siendo la misma persona,
porque nuestra casa está abierta, su puerta, sin llave,
y los huéspedes invisibles salen y entran.

Czeslaw Milosz





Encuentro

Estuvimos paseando a través de los campos 
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento, 
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

Versión de Rafael Díaz Borbón



Río Wilia

El río, que viene de los bosques, gira aquí.
Es domingo, las campanas de las iglesias del pueblo repican.
Las nubes se acumulan, se dispersan, y de nuevo el cielo es azul.

A lo lejos, ellos, diminutos, corren a lo largo de la orilla.
Prueban el agua, se sumergen, el río los lleva.
En medio de la corriente sus cabezas, tres, cuatro, siete,
echan una carrera, sus voces se llaman, y retornan como eco.

Mi mano lo describe en tierra ajena.
Quién sabe por qué lo hace.
Quizá porque ocurrió tal y como lo recuerda.

Versión de Sergio Trigán






Czeslaw Milosz

Poeta polaco nacido en Szetejnie, Lituania, en 1911.
Al terminar estudios universitarios en Wino, fundó el grupo literario "Zagary" y publicó en 1930 los primeros volúmenes de poesía mientras trabajaba en la radio polaca. 
Desde 1932 lideró el movimiento vanguardista y durante la II guerra Mundial participó activamente en la resistencia a la ocupación nazi. Posteriormente viajó a Washington como diplomático, y al romper con su gobierno se exilió en Francia durante la década de los años cincuenta, produciendo varias obras en prosa que le merecieron el "Premio Literario Europeo".
Desde 1961 hasta su muerte, vivió en California donde ocupó la cátedra de Lenguas y Literatura Eslava de la Universidad de Berkeley.
En 1977 recibió el título de Doctor Honoris Causa en Letras por la Universidad de Michigan y en 1980 el Premio Nobel de Literatura.
Tradujo al polaco obras de Baudelaire, T. S. Eliot, John Milton, Shakespeare, Simone Weil, y Walt Whitman.
Falleció en agosto de 2004.

Dama de blanco: un poema de Blanca Varela a Emily Dickinson





el poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada el sueño
el sol atravesando desiertos

los extremos del alma se tocan
y te recuerdo dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia

en la boca del otro habitas
caes al aire
eres el aire que golpea
con invisible sal mi frente

los extremos del alma se tocan
se cierran
se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega
golpeándonos

así será
ojos que fueron boca que decía
manos que se abren y se cierran
vacías

distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro hecha nieve
en la fuente en la tierra
en el olvido

y vuelves
con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de invierno
enlutado


Blanca Varela
[de El falso teclado, 2000]