Quiere que invente...
Quiere que invente
como una escoba una palabra
para barrer los nichos del lenguaje
y un niño dentro de la escoba
dentro del niño un río
y en el río una ojera para los buzos
y en el buzo un martillo
y en el martillo un ojo
de escarabajo muerto por asfixia
y dentro un girasol desobediente
y dentro un pueblo de arlequines de pies de hojas de libro
dentro el balido de las cabras y un caramillo errante envuelto en
----- lienzo hospitalario
dentro una espuma que agoniza de boca de cereal pastor de lunas
-----descarriadas
y dentro de la espuma un mapa cómplice
de prados anchos como mejillas y ciudades innobles rodeadas de
------ mendigos
y en el mapa alfileres con cabezas fragantes como delitos de inocencia
como frutas promiscuas en la bodega de las barcas de
------- carga
dentro del alfiler el buen veneno de la aurora
y dentro del veneno el tropel de caballos leonados por el fulgor del
------miedo de morirse.
Quiere que invente una manera de cantar de rodillas
y estar de pie en el episcopado de la tarde
a la hora en que sale a pastorear la estrella nueva
y el alma se recluye en la boca de cieno vagabundo de la oruga
------terrestre.
Quiere que extinga los viñedos
del nombre que decae de padre a padre,
cada vez más otoño y podredumbre, descascarado en la garganta
sin ebriedad del árbol de jilgueros sordomudos
cuya semilla ultramarina duerme en la piel de toro
sacrificada sin orgullo tres siglos antes del bramido de su muerte
---- terrible,
sobre el estiércol blanco de la harina de los oficios patriarcales.
Quiere que escupa mi josé apolillado,
las amistades del bautismo
donde un agua sin pez sin tempestades
se derribaba entre mantillas.
Quiere que me encaballe en la blasfemia
que me lance a galope sobre el asfalto de los rostros
que me encabrite sobre el trono del rey mediocre del granero de
-----pueblos con estirpes viscerales
que enlode los jardines y el infame jazmín de la que ama
la soledad de su esqueleto de virgen intocable
que me meta en cenizas y patalee en charcos de fragancias
civilizadas e incorruptas.
Quiere que siembre espantapájaros
en la almáciga de víctimas oscuras,
que me encapulle en la indecencia
y me vuelva feroz contra mis dientes,
la presa alada que persiguen,
y su rencor contra la huida del poema,
luminosa y abyecta.
(de Entrevista con el pájaro, 1968)
José Viñals nació en Corralito, Córdoba, Argentina, en 1930. De padres españoles, posee la doble nacionalidad hispano-argentina. Reside en España desde 1979. Vive en Torredonjimeno, Jaén.
Ha recibido los premios Nacional de Poesía de Villafranca del Bierzo (León, 2000) e Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma (Segovia, 2000).
Ha publicado las siguientes obras de poesía:
Entrevista con el Pájaro (Losada, Buenos Aires, 1968);
Cortada para Dios (Losada, Buenos Aires, 1970);
Poesías reunidas (Tres tomos. Contiene en versión íntegra, los poemarios Entrevista con el Pájaro, Coartada para Dios, Jaula para Juan, 72 Lecciones de ignorancia, Telón de boca, Doble concierto de laúd y fémur, Alcoholes y otras substancias; (Ayuntamiento de Jaén, 1986);
Animales, amores, parajes y blasfemias (7 i mig, Valencia, 1998);
El cielo (Ediciones imperdonables, Málaga, 1999);
Milagro a milagro (Hiperión, Madrid 2000);
Fondo de ojo (Calle del Agua, León, 2000);
Transmutaciones (Visor, Madrid, 2000);
Animales, amores, parajes y blasfemias seguido de El cielo (Germanía, Valencia, 2000).
Una reseña de José Viñals realizada por Antonio Méndez Rubio para el monográfico de Lunas Rojas dedicado al poeta.
Todos los pájaros caídos
Antonio Méndez Rubio
Una pregunta pendiente, para José Viñals, que podría ser la primera y también ser la última, pero que en todo caso habría que hacer, sería: ¿Eran canciones, eran canciones lo que rezabas en esa sombra? Por nuestra parte, hay también que decirlo cuanto antes, no sabíamos nada de nada —salvo, quizás, que estábamos cautivos en la rabia por los otros, oprimidos por las miserias de una belleza infranqueable. Pero en esa ignorancia ya estábamos contigo, como ahora. Por eso si seguimos es haciendo preguntas: nos ayudan a reunirnos contigo. Nos puede una sensación de vergüenza.
¿Cómo empezó la costumbre de velar? No es seguro, pero la vimos en tus harapos: la salud de las grietas, el centro más vacío de todos, los letreros de entrada y salida a cada lado de las puertas, nada menos que un cuerpo con hambre entre víveres y con sed en el agua… y aunque hoy fuera tarde volveríamos contigo adonde tú prefieras, no tras de ti, contigo. A fin de cuentas, tú eres quien se aprendió de memoria el desenlace de los asesinos hasta besar los labios que no existen, y llevas ya sin fiebre, en los pliegues del cuello, la señal del amor por todo lo que perdimos.
Pero eso sí, y aunque sea en la garganta, la herencia que nos dejas por escrito, ¿quién la quiere? ¿la hemos oído en verdad casi cumplirse? Apenas si hay registro del gozo de esa noche. Se la podría pensar bajo la forma de una apertura a la vez en el suelo y en el cielo, no lejos del modo insomne con que soñaron Carroll, Lautréamont o Kafka… "Un agujero, eso." Alguien escucharía entonces a José Viñals en el paso de una estación a otra, de una ciudad a otra, ¿verdad? Y ahí colocaríamos sin quererlo el túnel del tiempo que está suspendido de un hilo que arde. Por otra parte, no habría otro sitio libre para poder ponerlo.
Con todo, en esa nocturnidad extendida y común, ¿verdad que es la escritura una forma de insolación? ¿Estás de acuerdo? Ojos afuera, pues, tenías razón: "Nada es visible, ni los exactos límites carnales, ni el sol blanco de invierno, ni la flor del almendro y su melancolía amortiguada". Y hay además una forma de razón en que esa ceguera sea para ti una versión de la dicha, como quedaba claro en el final de las "Indicaciones": "Después reír, si queda vida". Levantar una choza con los desechos de todas las destrucciones. O una casa de tablas, como elige decir Gonzalo Rojas.
En todo caso, dalo por hecho: se nos sorprendería descalzos, en un alba entregada, a medio camino entre la oscuridad y la conciencia. En la conciencia de la oscuridad, podría también decirse, ¿no es así? Porque la oscuridad tiene conciencia, guarda memoria, pero parece claro a estas alturas que no todos han visto clara la necesidad de asumir ese reto con la certeza del aire que falta. Y menos aún lo ven ni quieren verlo los habitantes de las almenas, los Guardianes Más Propios de la Izquierda —aquellos que cumplen cerca de casi un siglo reproduciendo una noción de compromiso exclusivamente realista, voluntarista, inercial, por no decir autoritaria… Aún tienen corazón de comisario. Se enamoraron de las convenciones, del brillo de esos espejos, y aún se dedican a sepultar con su arrogancia el abandono de Vallejo, la soledad de Holan, la convicción de Larrea: que un poema entra en escena cuando un espejo se rompe. Aún se dedican a echar balones fuera.
Esa ignorancia sí que es atrevida. Tener suerte en la luz es otra cosa. Es la condena a la vulnerabilidad, como así lo atestigua el tapiz de la Madre Póstuma y el Hijo Oscuro. El joven S. Kosovel, que un día los vio caminar solos por la ciudad dormida sobre el frío, lo apuntó en su cuaderno: "he sido expulsado de entre la gente, de las casas, pero sin embargo beso mi cruz".
Desde José Viñals, en fin, la fragilidad es lo que nos convoca a campo abierto, a través de lo que Ashbery llamara la vanguardia invisible: ¿No es cierto, en esos poemas sin culpa, que más que una voz los pronuncia un aliento? ¿No es demasiado poco, para sostener una voz, ese apostar por los desplazamientos mínimos, por el elogio de las miniaturas, por el temblar de la carne aterida, consciente sin límite del efecto-mariposa? Sin voz, de hecho, todos los Obreros de la Canción Alegre, turbios, bajan esta vez de las montañas del mundo para juntarse en torno al apagarse de las luces. Su forja alumbra más allá del hierro. Madrugan. "¿Hay, acaso, maneras más sutiles de morir sin ser visto?" ¿No es irreal la mano que no tiembla? ¿No se confirma entonces el desafío poético y político que sigue oculto en su desaparición?
Es demasiado preguntar, es cierto. Sólo una cosa aún se esperaría: que se nos sorprendiera desbrozando el camino del bosque, preparándolo para un invierno nuevo. Ni con palabras nos bastaría para olvidarnos de eso. Ni mucho menos con la voz. Con aliento en cambio nos compraría cualquier capataz loco, cualquier mercenario venido a menos: es lo que se te adeuda, el final que todavía te debemos. Aliento, de una parte, como en el alentar, la confianza que mueve despacio, que ayudará a respirar, a pasar juntos la jornada de trabajo para llegar con fuerzas a las horas del baile. De otra parte, sin duda, el aliento, revuelto como un soplo, un capricho tan súbito del aire, tan imprevisto y tan sin duración que de él sólo se acuerdan, libres, los pájaros caídos.
Hay ramas de durazno en la neblina. Aunque resulta extraño, sólo el poeta es invisible como poeta.